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Dado el interés de mucho en el uso de la mantilla española, sobre todo para poder acudir a los toros, vamos a inaugurar el blog con este tema.
La mantilla es una prenda de tradición española, variante del velo que antiguamente utilizaban las mujeres para acudir a celebraciones religiosas. A pesar de las modas, sigue vigente hoy día, tomando fuerza en Semana Santa y las jornadas taurinas.
Aunque su origen no es del todo claro, se cree que proviene de la cultura ibera, donde las mujeres se cubrían la cabeza con mantos a modo de abrigo o como forma de adornar su cabeza.
Su evolución se vio influenciada por diferentes factores de tipo social, religioso, e incluso climático; condicionando estos últimos el tipo de material utilizado para su confección. En la zona norte se empleaban tejidos tupidos con el fin de servir de abrigo; generalmente paño, llegando a veces a completar su elaboración con terciopelo, seda o abalorios. En la zona sur los materiales que se empleaban eran más finos y ligeros, dado que su uso se limitaba a proteger del sol o servir como elemento decorativo del vestuario femenino. Su decoración se elaboraba con cuidado en ambas zonas, siendo las de diario más sencillas que las de “fiesta”.
Era la gente de la clase llana (el pueblo) quien utilizaba la mantilla, limitando su uso aquellos de los altos estratos sociales a prenda de abrigo u ornamental, pero sin peineta.
No fue hasta principios del siglo XVII cuando se extendió su uso, y evolucionó para convertirse en pieza ornamental del vestuario femenino, sustituyéndose el paño por los encajes. Pero hasta el siglo XIX no llegó a convertirse en tocado distinguido de la mujer española, siendo la Reina Isabel II (1833-1868) muy aficionada al uso de tocados, encajes y diademas, quien populariza finalmente su uso, contagiando a todas las mujeres que la rodeaban. Las damas cortesanas y altos estratos sociales comienzan a utilizar esta prenda en diversos actos sociales, lo que contribuye a darle un toque distinguido, tal y como ha llegado hasta nuestros días.
Cuando muere la soberana, se pierde esta costumbre en gran medida, y aunque mantiene un cierto arraigo en el centro y sur de la península, también influyeron las costumbres de los nuevos monarcas. A modo anecdótico podemos nombrar “la conspiración de las mantillas”, que fue una forma de protesta de las mujeres españolas por el rechazo que sentían hacia las nuevas costumbres forzadas por Amadeo I (Amadeo de Saboya 1845-1890) y su esposa María Victoria.
A finales del siglo XIX y principios del XX, la mantilla deja de verse de forma habitual en eventos, y comienza su declive. Lo que quedó fue un pequeño pañuelo de forma triangular que se ponen las mujeres en la cabeza a modo de mantilla sin peineta, que suelen utilizar las señoras en la iglesia, a la que se la conocía como "toquilla".
Actualmente donde más se utiliza la mantilla es en bodas y tardes de toros, y aunque hoy en día no se tiene muy en cuenta, según la tradición, la mantilla blanca o marfil solo la visten las solteras, y la mantilla negra, queda reservada para las casadas.
La mantilla deberá contar con el largo adecuado a cada mujer, sin exceder el largo de la falda. Por la parte delantera, deberá llegar a la altura de las manos, y por detrás, un poco más abajo de de la de la cadera; aunque esto depende de dónde queden los picos según cómo se coloque. Un truco para evitar que vuele y hacer una buena sujeción con suficiente holgura, es ladear la cabeza al lado izquierdo, y sujetar la mantilla del hombro derecho y lo mismo con el lado contrario.
Hay varios tipos de tejidos con los que se elabora. Los más habituales son la blonda, el chantilly y el tul.
La blonda es un tipo de encaje de seda mate, caracterizado por la utilización de grandes motivos (florales generalmente) hechos con seda más brillante. Tiene ondulaciones en sus bordes, generalmente llamadas "puntas de castañuelas".
El chantilly es una tejido que proveniente de la ciudad francesa del mismo nombre. Es ligero y elegante, y al igual que el resto de las mantillas, suele estar profusamente bordado con diversos motivos.
El más corriente de todos es el tul, tejido delgado y transparente de seda, hilo o algodón, que suele emplearse para imitar las mantillas de blonda y chantilly.
Para lucir mantilla, es indispensable acompañarla de una buena peineta; generalmente las mejores son las de carey. Pero hay que tener en cuenta la altura de nuestro acompañante (en caso de tenerlo) y la nuestra propia. Si somos bajitas, podemos optar por una peineta alta, aunque son más difíciles de llevar, y si somos altas y de cara alargada, podemos optar por una peineta más baja. En todo caso, hay que ajustarla bien al recogido y cubrirla adecuadamente, bien equilibrada con la mantilla.
Dado que su uso más extendido hoy en día es en las bodas, es bueno saber cuál es su uso más correcto, ya que si la boda es de día, se debe llevar la mantilla con traje corto y si la boda es por la tarde-noche, con traje largo. Hay que tener en cuenta que se lleva en ceremonias religiosas y en bodas de cierta etiqueta, cuando el novio viste traje de gala o chaqué.